Somos Marcela y Camila, una pareja chileno uruguaya que vive en un pueblo pequeño y rural al sur de Chile. Nuestro pueblo tiene menos de 300 habitantes. Y sí, somos las únicas lesbianas (al menos fuera del closet).
No conocemos a ninguna persona LGTB a cientos de kilómetros a la redonda. Pero este fue el lugar escogido para formar una familia.
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Somos mamás de una forma muy particular. No quisimos ir a una clínica de fertilidad. Usamos un donante conocido. Mi mujer, Camila, se embarazó en una inseminación casera con el semen de mi primo. Así logramos, al quinto intento, traer al mundo a nuestra hija que ya tiene cuatro años.
Al principio fue difícil para mi. Toda mi vida había vivido en una ciudad grande, estaba acostumbrada, pero cuando Camila me propuso este sueño que tenía y sus planes laborales al sur del país, dije que sí con ilusión. Pero claro, en ese momento no sabía lo que era caminar por una calle cogida de la mano de tu pareja y que todo el mundo se detuviera a mirarnos como si fuéramos dos jirafas que caminaban por la ciudad.
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Fuimos la comidilla durante semanas. Tuvimos que escuchar preguntas incómodas hasta del dueño de la única ferretería del pueblo.
No es fácil ser las únicas bolleras en un lugar. La mujer mayor de la panadería nos decía: «¿pero cómo saben que son así, así lesbianas? ¿Cómo lo saben si no han estado con un hombre?».
Cuando dejamos de ser la novedad y ya estábamos más integradas, pensamos que les colapsaría el cerebro por nuestra maternidad. Pero no, nos sorprendieron. La gente se mostraba muy feliz con el embarazo de Camila, incluso recuerdo que una mujer nos dijo: «mira qué bien lo de dos mamás, porque la mayoría de padres no sirven para nada».
Somos tan pocos que nos conocemos todos. El pueblo entero sabe que nuestra hija tiene dos mamás. Y creo que eso ha sido beneficioso para todos. Nos enteramos que a los que visitaban el pueblo les habían llegado a decir: «aquí somos muy modernos, hasta tenemos lesbianas casadas y con hijos».
No hemos muerto en el intento, no, hemos cambiado muchas mentalidades, logrado que la gente supiera que ser lesbiana no te hace un bicho raro, pero aún nos queda tanto que cambiar. Sé que aún hay personas que sienten lástima de nuestra niña porque no tiene papá o que piensa que quizás tenemos un trauma y por eso somos lesbianas.
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La mayoría de estas personas no han salido del pueblo, no han tenido interacción con el colectivo LGTB y no tiene idea de nuestra lucha. Pero bueno, por algo se empieza. Y en este pueblo han empezado con nosotras.
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