Yo era una madre homófoba, hasta que mi hija se casó con otra mujer

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Soy una mujer profesional, como pocas de mi generación (más de 60 años), vivo en un país latinoamericano que aunque está mejor que mucho de los vecinos, sigue teniendo ese tufo rancio y conservador que la iglesia nos ha impuesto.

Soy mamá de 5 hijos, tres varones mayores y dos chicas menores. Creo que fui una madre estricta, quería que mis hijos fueran personas educadas, éticas y buenos estudiantes. Me faltó ser una mamá más cariñosa, pero es que antes no estaba tan de moda como ahora.

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Yo era de las que pensaba, como mucha gente de mi entorno, que la homosexualidad estaba unida a un trauma, a pedofilia, al sida, a enfermedad mental. Me parecía completamente antinatural que dos hombres o dos mujeres estuvieran juntos.

Mi hija Carolina siempre fue la rebelde, la oveja negra, mi dolor de cabeza, siempre cuestionaba todo, pero también era la más divertida, la más empática y humanitaria de los 5.

Siempre estaba rodeada de amigas, venía con muchas amigas a la casa, nunca traía amigos o novios. Yo no entendía como una chiquilla tan estupenda no tenía suerte en el amor o no se fijaban en ella, con la cara y cuerpo preciosos que tenía.

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Cuando estaba terminando su carrera en la universidad trajo una noche a cenar a la casa a una «amiga». Me acuerdo de que yo me sentí algo incómoda, había algo entre ellas, aunque ni se tocara, que me hacía saltar las alarmas.

Al día siguiente era domingo y como siempre estábamos comiendo todos juntos, mi marido, mis hijos y yo, y ella con mucha naturalidad dice que quiere contarnos que tiene novia, la chiquilla que había llevado la noche anterior.

Yo casi me muero. Me parecía que era lo más terrible que me podía decir mi hija, más terrible incluso que una enfermedad. ¡Cómo era posible! Sentí rabia, pena tremenda, no entendía si era culpa de sus amigas que la habían cambiado, si era mía por haber sido muy estricta, si estaba enferma, sentía vergüenza, ahora cómo le iba a contar a mis amistades o familiares, íbamos a ser el hazmereir o nos iban a compadecer por tener una hija así.

Con mi marido la mandamos a terapia, y ahora pienso que en ese tiempo yo estaba tan fuera de mi que incluso la hubiera internado, como se hacía antes. Carolina se puso cada vez más rebelde y apenas terminó su carrera se fue de la casa.

Estuvimos tanto tiempo sin hablar, o hablando muy poco. No venía a nada familiar. Ni cumpleaños de sus hermanos, o nuestros, decía que si sus hermanos podían llevar a sus parejas y ella no, entonces no iba. 

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Mis hijos me pidieron, para la comunión de mi nieta mayor, que cediera, que querían a toda la familia reunida. Con el dolor de mi alma accedí, y ahí llegó Carolina con su pareja.

No nos dirigimos la palabra, pero fue el inicio de que empezara a llevarla a cosas familiares. Mi otra hija me decía que era una buena chica, que intentara conocerla, pero yo no quería ceder a algo que me parecía una aberración.

Un día vino ella sola a la casa y nos contó a su papá y a mi que se iban a casar. Otra vez casi me da un infarto. ¡Cómo se van a casar si en nuestro país ni siquiera se puede! Solo una ceremonia civil.

«No vengas si no quieres, yo solo quiero que esté ahí la gente que me quiere de verdad, que me quiere como soy», me dijo antes de irse. Y sus palabras se me quedaron grabadas. ¿Quería yo a mi hija como era o solo quería lo que yo quería que ella fuera?

Se casaron y por supuesto que fui. En la fiesta del matrimonio, que hicieron en el campo, en una finca muy bonita, había una pantalla gigante donde pasaban fotos de las dos. De pronto la música cambia y aparece una foto de una ecografía, ahí Carolina toma el micrófono y cuenta que hay un invitado muy especial y que no podemos todavía ver porque es muy chiquitito. Que es su hijo. Tenían dos meses de embarazo. Carolina se había sacado los óvulos y esos se los habían puesto a su novia. Ahora mi nieto estaba creciendo en el vientre de su pareja. 

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La gente empezó a aplaudir, estaban todos muy felices, y yo me emocioné, a la vez que me dio miedo, ahora es todo real, es una familia de verdad, pensaba. ¿Y si la sociedad no los acepta o los hace sufrir?

Cuando su pareja tenía 5 meses de embarazo Carolina tuvo que viajar al extranjero por trabajo durante mes y medio. Justo esos días mi nuera tuvo un riesgo de aborto muy importante y el médico le dijo que hiciera reposo absoluto. Carolina quería volver pero le dije que no, que yo me encargaría. Mandé a mi hijo a buscar a mi nuera a la casa, con maleta y todo. Me la traje a mi casa que es más grande y además tengo una interna que nos ayuda y nos cocina rico.

Ese mes y medio la cuidé yo diariamente mientras ella estaba en cama, y empecé a encariñarme con ella, a darme cuenta de que no sabía nada de ella. Me pareció una mujer maravillosa, inteligente, culta, cálida, especial. Entendí que mi hija prefiriera casarse con ella que con cualquier hombre de la tierra.

Ahí empezó mi transformación. De ser una persona intolerante pasé a ser una persona con cabeza, empecé a leer sobre homosexualidad y entendí que es una orientación sexual como la mía. Empecé a ser respetuosa y a conocer más homosexuales amigos de mi hija y mi nuera.

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Ahora tengo un nieto nuevo, lo adoro, pero no es como todos mis nietos porque legalmente no tiene dos mamás, solo figura como hijo de mi nuera en el registro porque en nuestro país no existe la filiación de hijos. Y eso me llena de rabia y de impotencia.

Porque si algún día le pasa algo y tiene que irse hospitalizado ni mi hija ni nosotros podemos entrar a estar con él. Por eso escribo esto, porque nuestra sociedad tiene que empezar a cambiar ya, no es posible que de los 9 nietos que tenga, el menor no sea igual ante la ley y no tenga los mismos derechos.

Hay que cambiar las cabezas de las personas, como la mía, y así empezar a cambiar las leyes.

A mi hija y a mi nuera les pido perdón por ser tan tonta y les doy las gracias por enseñarme del amor, una materia que yo tenía pendiente en mi vida.

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